lunes, mayo 08, 2006

¿Mentalidad mercantilista? No, gracias.

Aceptar la mentalidad mercantilista que nos quiere imponer el Gran Capital, es un error. Inmenso error.

Productividad, competitividad... ¿Qué significa eso en realidad?

Un robot siempre será más productivo que un obrero.

Un hambriento dispuesto a trabajar de Sol a Sol por un par de dólares, siempre será más productivo que un peón europeo.

Un ingeniero paquistaní o indio, siempre cobrará menos que un ingeniero holandés.

No debemos caer en esa dialéctica de la productividad y la competitividad, porque entonces está todo perdido.

Una sociedad es muchas más cosas que un mercado global.

¿Tenemos universidades, tenemos investigadores, tenemos infraestructuras, tenemos medios para producir de forma racional, tenemos cierto nivel de vida, cierto nivel de seguridad jurídica, de seguridad de las personas...? Eso es muy importante.

Los gobiernos, los Estados, no deben ser meros agentes que miren lo que pasa. La "soberanía nacional", no es sólo una frontera, es una cierta calidad y condiciones de vida, y el mercado, el capital, no puede estar por encima de la "soberanía nacional" sólo porque en su dialéctica de todo por la pasta (la misma que tienen sus lacayos los políticos) la competitividad o la productividad sean más importante para el Gran Capital que el bienestar de las personas.

Un ejemplo: las frutas y verduras van carísimas, pero en España se están dejando pudrir en la mata porque al agricultor le pagan el kilo a dos céntimos de euro.

¿Motivos?

Los importadores ganan más dinero comprando frutas turcas, o del magreb a dos céntimos el kilo, lo venden a 1 euro y nosotros pagamos 2 euros el kilo.

Esta es la dialéctica de la competitividad, de la globalización: ganancias desmedidas para unos pocos capitalistas.

Lo justo sería que el Estado diera facilidades a los agricultores para organizarse en cooperativas, los asesorara, y que ellos mismo comercializaran sus productos en sus propias redes comerciales.

Otra solución sería establecer un canon fijo para el intermediario. Es decir, que no pueda multiplicar el precio de origen en un 5.000 por cien (el importador incrementa el precio 50 veces su valor de compra en origen) que es lo que pasa ahora. De esta forma, permitiendo que lo incrementara en un 200 por cien, en lugar de 2 euros, el importador las vendería a 4 céntimos, y nosotros las pagaríamos en tienda, pongamos que a 50 céntimos, una cuarta parte de su precio actual.

La otra solución, la mejor, sería dejar el precio del mercado libre, como ahora, y ayudar a que los agricultores comercialicen sus productos mediante cooperativas y redes comerciales propias.

Esto sería muy beneficioso para garantizar poblaciones estables en el campo, redistribuir las rentas, de la ciudad al campo, y frenar la especulación despiadada (5000 por cien) de los grandes importadores.

¿Qué hace el Estado, las Comunidades Autónomas, los ayuntamientos, para ayudar a los productores agrícolas españoles?, pues nada de nada.

La excusa: no son competitivos.

Nuestros políticos tampoco son competitivos y cobran muy buenos sueldos y muy buenas mordidas. Y entre Montilla y un saco de patatas, me quedo con el saco de patatas.